“Vive justa y santamente el que estime en su valor todas las cosas. Este será el que tenga el amor ordenado de suerte, que ni ame lo que no deba amarse, ni deje de amar lo que debe ser amado”

(San Agustín, Doctrina Cristiana 1,28)

 

Y tanto es así, que el amor educa en el arte de valorar y acoger la realidad tal cual es, por muy fugaz que sea. Así, como el amor se funde con los albores de la eternidad, es la educación la que diseña la ruta para “amar lo que debe ser amado”, provisto con significado de eternidad. Porque, la fugacidad de las realidades temporales se disuelve con la fascinación de los «Inolvidables» de la vida. Justamente, el amor ordena y armoniza los polos de la fugacidad y la fascinación. Fugaces son todos los seres vivos. El tiempo puede pasar y las dificultades pueden surgir, pero las fascinantes lecciones de vida, jamás serán destruidas. Un padre, una madre, un abuelo, un docente, un sacerdote, un amigo, será fascinante en cuanto inspiran la inteligencia, hablan al corazón, educan para la vida, equilibran las cargas, dan siempre una nueva oportunidad, marcan la conciencia con lecciones de vida. ¡Ponen orden en el caos!

 

En las aulas del Colegio San Agustín, educamos en el presente evolutivo de cada persona, pues, el alumno agustiniano ama la verdad y por ello, la busca desde la inquietud y la libertad responsable, humilde y receptivo; dialogante y participativo, porque la verdad no viene exclusivamente del exterior, tampoco “es tuya o mía” para considerarla propiedad privada, sino, que está inscrita en la razón y la voluntad de todo humano, de todo el ser humano y de todos los humanos, tal como lo describe el antiguo rótulo del vestíbulo del Colegio: “In interiore homine habitat veritas”, en el hombre interior habita la verdad (La Verdadera Religión, 39,72).

 

Por esta razón, creemos que el educador agustiniano debe basarse en una función “de estímulo, de provocación, de arrastre” (El Maestro 14, 46), para facilitar el paso de la eterna luz de la Verdad y sea descubierta por el estudiante, pues, “cuanto más apreciamos a nuestros estudiantes, tanto más deseamos que aprovechen nuestras enseñanzas y, en consecuencia, tanto más empeño ponemos en enseñarles lo que necesitan (La catequesis a los principiantes 10, 14).

Pbro. Fr. Pedro A. Moreno M. OSA

Director

 

 

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